Nuevos Ministerios
Los Nuevos Ministerios fueron encargados por
Indalecio Prieto, ministro de Obras Públicas en el
primer gobierno de
Azaña, a
Zuazo en diciembre de
1931, buscando crear un gran complejo administrativo en
los terrenos del antiguo
Hipódromo Real en el
paseo de la Castellana, cedidos por el
Ayuntamiento al Estado en
1925.
En
1932 Zuazo expuso sus primeros tanteos, enfatizando la
ordenación volumétrica del gran complejo construido y, sobre todo,
el sistema de espacios vacíos o plazas públicas; y el mismo Zuazo
refirió haberse inspirado en la arquitectura del
monasterio de El Escorial, en las lonjas y la traza
universal creada en el siglo XVI por
Juan Bautista de Toledo.
El arranque de la obra de los Nuevos Ministerios fue el
Plan de Extensión de Madrid de 1929, en el que proponía
canalizar el crecimiento de la ciudad de Madrid según el eje
norte-sur del
paseo de la Castellana, marcando la dirección de los
nuevos enlaces ferroviarios hacia la nueva [estación de
Chamartín]]. Madrid, que no necesitaba salvar ninguna barrera
geográfica para este crecimiento, contaría con el gran edificio de
los Nuevos Ministerios para señalar el carácter de la nueva ciudad
que Zuazo esbozó formada por grandes bloques lineales
perpendiculares ala gran avenida y orientados norte-sur.
Los Nuevos Ministerios, desde el punto de vista puramente
urbanístico, plantea el difícil problema de manejar una mole
edificada cuyas dimensiones sobrepasaban con mucho las del resto de
los elementos previstos en las márgenes del paseo de la Castellana.
Y es el problema de la dimensión el que, por una parte, hace
recurrir al lenguaje y al modelo de El Escorial y, por otra, exige
una atención especial hacia el diseño de los espacios
libres.
A lo largo de mucho tiempo, los Nuevos Ministerios han sido la
imagen arquitectónica del régimen de Franco, cuando,
paradójicamente, se trata de una obra concebida y realizada por la
República. Por otra parte, hay cierta resistencia a considerarlos
Nuevos Ministerios como obra fundamental en la trayectoria del
Zuazo arquitecto (como lo es la
Casa de las Flores,
1930-
1931, o lo fue el
Frontón Recoletos, de
1936) a causa de las circunstancias singulares en que se
desarrolló la obra, sin que Zuazo pudiera concluirla. Este y otros
problemas gravitan todavía hoy sobre la interpretación de un
proyecto marcado por su significación política y su dimensión
urbana, ambas cosas suficientes para convertirlo en uno los hitos
arquitectónicos del Madrid del siglo XX.
Resulta, sin duda, apasionante la historia de los Nuevos
Ministerios como empresa concebida por un régimen
polít
ico y que acaba convertida en símbolo que, nada menos que a través
de una guerra, logra acabar con él. No menos apasionante resulta
comprobar cómo un edificio que trataba de impulsar un nuevo modelo
de ciudad consigue pervivir cuando de tal modelo no queda más que
un elemento de infraestructura, el eje viario. No es tan
apasionante, sin embargo, la historia arquitectónica de los Nuevos
Ministerios. Nada hay en esta obra de las deseadas fusiones entre
la tradición y la modernidad o de acercamientos entre clasicismo y
racionalismo, y menos todavía de invenciones
e
spaciales o revoluciones funcionales. El ejercicio arquitectónico
de Zuazo en los Nuevos Ministerios es un mero ejercicio de lenguaje
académico sobre el que pesan enormemente las dimensiones del
complejo. Los arquitectos del siglo XIX, con gran libertad
interior, se entregaron sin trabas al juego de los estilos,
produciendo obras con gran virtuosismo de lenguaje capaces de
adaptarse a nuevos lugares o nuevos programas. En el momento en que
se realiza la obra de los Nuevos Ministerios, la modernidad
arquitectónica había llevado a cabo ya algunas experiencias tan
extraordinarias, que resulta imposible no juzgar inerte,
anquilosada y compositivamente anacrónica la propuesta de Zuazo.
Habrá que esperar hasta los años cincuenta para que los arquitectos
españoles, también los madrileños de los que Zuazo fue maestro
indiscutible, caigan en la cuenta de que la arquitectura moderna se
había convertido ya en una tradición que no podía ser evitada y
comiencen a experimentar con sus formas y sus modos de composición
como antes lo habían hecho con los modelos
tradicionales.
En los
años treinta, los Nuevos Ministerios coinciden prácticamente en el
momento más activo del
GATEPAC, el único movimiento en España que buscó a
tiempo una incorporación a la modernidad europea. Sin embargo, a la
hora de construir el edificio administrativo más importante de la
capital y el engranaje entre el antiguo y el nuevo Madrid, se
recurre por enésima vez al modelo del clasicismo escurialense,
dando la espalda a experiencias no tan lejanas como las del
expresionismo alemán o el racionalismo italiano.